Muchos hemos
jugado un picadito, en la calle, en la escuela, o en la canchita del barrio.
Todos sabemos que esto se puede hacer, sabemos que no es correcto, que es
desleal, y también sabemos que puede provocar la reacción airada y muy agresiva
del oponente.
El “jefazo”,
que viste la verde, la 10, no por merecerlo, sino porque está acostumbrado a
hacer lo que quiere, demuestra su “hombría” cobrando de esa manera una supuesta
infracción previa, en la que él fue la “víctima” (que raro, no?)
Es la
clásica forma de actuar, frente a opositores, periodistas, funcionarios, y
ciudadanos en general. Si le parece, le “mete nomás”.
Lo hizo con
la Constitución, con las leyes, con la normativa anti corrupción, y finalmente
con los tratados internacionales que regulan el asilo y refugio político y
humanitario. Rodillazos diplomáticos desde México y desde Argentina.
La ética,
las buenas costumbres, el respeto y la lealtad con el prójimo, etc. no son
parte del código personal de comportamientos del “ese lentísimo”.
Invariablemente,
cuando nos tocó jugar una pichanga en la infancia, nos topamos con uno de esos
salvajitos, que resolvía todo a rodillazos. De ninguna manera se nos hubiera
ocurrido que llegue a ser presidente. Obviamente, no le gusta dejar de serlo.
Así estamos.
Hector
Castro G. 10 Enero 2020
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