jueves, 26 de noviembre de 2020

INFAMES

INFAMES

Si un grupo de hombres armados, 100 o 150, ingresan a una ciudad boliviana, cualquiera, seguramente serían repudiados por la sociedad.

Si se ponen a disparar y terminan con la vida de 30 personas, la indignación y la bronca provocarían grandes demandas de justicia.

Si dirigen su ataque a bebés recién nacidos, ancianos o personas enfermas, la indignación sería tan grande que difícilmente se podría contener la reacción ciudadana.

Pero si no utilizan armas de fuego, y optan por métodos más crueles para asesinar a estas mismas supuestas víctimas, aprovechando que no pueden defenderse los ahogan y estrangulan, ya no logro imaginar la dimensión de la ira y furia de los ciudadanos.

Si además de identificar a los autores materiales, se logra identificar a los autores intelectuales, que ni siquiera tienen el valor de dar la cara y hacer el trabajo por sí mismos, seguramente la pena máxima parecería insuficiente.

Hace un par de días el nuevo Fiscal de Distrito de Oruro decidió desestimar el proceso denunciado por el Comité Cívico contra los responsables por los bloqueos de Agosto, circunstancia en la que murieron al menos de 30 personas, bebés, ancianos y enfermos Covid, ahogados por falta de oxígeno. Asegura no encontrar “elementos de convicción” suficientes. En resumen… no pasa nada !!!

Tengo claro que las líneas que escribo son más duras que lo esperado, y que no es agradable leer un texto como el presente, sin embargo, no creo estar siquiera cerca de describir la realidad.

El imaginario colectivo no es casual ni producto de generación espontánea. Alguien se dedica a diseñar e implantar cada percepción y cada convicción.

Sepámoslo, pues mientras no lo hagamos seguiremos siendo utilizados, por unos y por otros, para naturalizar tragedias, ser insensibles e indiferentes, aceptando y avalando la destrucción paulatina de nuestra sociedad.

La ignorancia y la indiferencia dejaron de ser inocentes argumentos, y cada vez más se hacen cómplices y corresponsables por la realidad.

 

Hector Castro G. * 27 Noviembre 2020 

jueves, 5 de noviembre de 2020

DEJAD QUE LOS VOTOS VENGAN A MI

En Octubre de 2018, el ex Presidente Jaime Paz Zamora afirmaba que “los bolivianos tenemos un dolor profundo en el corazón, una brutal derrota en las manos y dos candidatos…eso es todo lo que nos dejó La Haya”.

Carlos Mesa lanzó su candidatura más o menos 23 segundos después de retornar del estrepitoso fracaso en el que Bolivia perdió el mar, por segunda vez. Como muchos, lo hizo después de repetir unas 638 veces que no sería candidato a la Presidencia, pero es legítimo y completamente natural que cambie de opinión.

Los líderes de oposición iniciaron rápidamente el golondrineo infructuoso alrededor de una figura que causaba inusitada expectativa. Una aparición memorable en la televisión chilena y una ciudadanía francamente aburrida del régimen que dejó de respetar las leyes, la constitución y las buenas costumbres, provocaron una percepción de sí mismo que determinaría su línea de comportamiento.

Los partidos políticos agonizaban, y como cualquier ecosistema, en una suerte de autodefensa, la sociedad encontró una nueva forma de representación colectiva y surgieron las “agrupaciones ciudadanas”.  Se desarrollaron y simultáneamente mostraban un enorme potencial para proyectar nuevos liderazgos. El impune e infame irrespeto al referéndum del 21 F era el combustible natural para la movilización y organización ciudadana.

El masismo, con notable habilidad política, sacó de la galera un recurso totalmente inesperado: las primarias. Instaló el oxígeno, el desfibrilador y los respiradores para los moribundos partidos políticos. Fieles a su código genético, los políticos privilegiados por no haber sido exiliados, presos o proscritos, acudieron afanosos a la ceremonia de resurrección. Todos juntos y de la mano firmaron la extinción de las plataformas ciudadanas, en franco crecimiento, y se impusieron como los únicos y raquíticos representantes del alma política nacional.

En la coreografía masista brillaba el nuevo gran candidato, que se movía sobre un minúsculo taxi partido, que sobrevivía gracias a un contratito de alquiler de su sigla. Así transcurrió la campaña electoral 2019, posicionado en el lugar definido por el director de orquesta. Los nichos electorales más importantes del país eran bastante inaccesibles para Mesa. El occidente era reducto invariablemente masista, por lo que el énfasis se trasladó al oriente. Santa Cruz, pese a un sentimiento de despecho,  en actitud desprendida, sacrificada y visionaria le otorgó un respaldo inesperado, sacrificando incluso a representaciones propias que tuvieron que tragarse papelones del 4%.

Los resultados 2019, anulados, dicen que Carlos Mesa obtuvo un importantísimo 40% de la votación nacional. Nadie sabe que porción del total votó por él, por la propuesta de su partido, o fue un voto antimasista, llamado “voto útil”.

Más de 2 millones de votos, y la situación extraordinaria que vivió el país después de esas elecciones, imponían la obligación de asumir el liderazgo del bloque democrático, aglutinar todos los esfuerzos, coordinar y conducir el proceso de transición a la democracia. La respuesta se limitó a unos pocos videos filmados en el jardín de su casa, dos días después de cada circunstancia. No pudo, o no quiso, asumir ningún liderazgo.

Al inicio de la nueva campaña, en 2020, el primer error y tal vez el determinante para el futuro fue no asumir de manera honesta el haber sido beneficiario del voto útil, sumado a alguna tendencia megalómana innata y a un equipo de asesores con capacidades distintas, el producto fue un candidato incapaz de concertar y sumar imprescindibles alianzas.

Ni pensar en conformar un gran proyecto de unidad nacional aprovechando el enorme apoyo que tenía la nueva Presidente Añez. Una gran apuesta electoral, pero más importante aún, esta alianza podía aportar muchísima solidez y respaldo político a un gobierno de transición que definitivamente lo necesitaba. Era una decisión que requería desprendimiento, visión, valentía y humildad, características  particularmente escasas en este personaje. Camacho fue el héroe de los 21 días. Mesa pudo ser el héroe de los siguientes 365, y el estadista que Bolivia necesita desesperadamente.

Convencido de ser la única opción para el electorado no masista, y aislado por la pandemia, desarrolló su campaña en el confort de sus pantuflas y el twitter. Se subió a la corriente de criticar al gobierno y al anterior gobierno como propuesta electoral, y apostó todas sus fichas al “noble” pueblo boliviano que vota por el menos peor.

El resultado lo conocemos todos. No sé si pudo ser un poquito peor. Concede el triunfo en base al resultado de una encuestadora, ni siquiera la suya (que le hacía empatar siempre), no tiene ninguna impronta combativa, resigna al menos dos escaños solamente por no haber hecho control electoral, entra en el extraño juego de no impugnar nada, y finalmente, cuando podría abrirse la puerta para develar el fraude del cual es el más perjudicado, se limita a cuestionar a quien denuncia.

 Publica un comunicado en el que graciosa e infantilmente echa la culpa de su derrota a los contendientes, anuncia que asumirá el liderazgo de la oposición, y paradójicamente se allana a jugar con los resultados y las reglas impuestas por la dictadura. Ha defraudado a miles de bolivianos, seguidores o no, por que se esperaba una actuación más trascendente del candidato más importante del bloque democrático.

La pregunta de fondo es si Carlos Mesa tuvo verdaderamente la voluntad de ganar. No conozco la respuesta, pero no importa. La sola pregunta es elocuente y patética.

Es inexplicable que el mejor historiador boliviano no haya podido leer la realidad nacional.

 

Hector Castro G. * 06 Noviembre 2020