La realidad
boliviana duele. La mirada de la situación y la mirada al futuro no son simples
de asimilar. Parece que el día a día y la intensidad de la coyuntura política
nos han hecho perder de vista algunos elementos fundamentales para la sana
convivencia y la armonía en la comunidad.
Se ha
derrocado a un régimen que despilfarró los recursos del país, su corrupción es
aún de dimensiones insospechadas, y el abuso patrimonial de los bienes del
estado fue inédito. Estos son los emblemas y características por los que la
ciudadanía condena y rechaza cualquier posibilidad de retorno.
Lo que no es
tan fácil de identificar es el impacto que esos casi 14 años han tenido en los
valores y la moral que tenemos como sociedad.
No es poco
trascendente haber naturalizado el robo de los recursos del estado como forma
de vida, el mecanismo de la coima, la comisión, el diezmo, el “quinciño”, el
“aceite”, o el aporte “voluntario”.
Resulta
obvio y hasta aburrido criticarlas. Pero la transformación que hemos sufrido
como sociedad va mucho más allá. Mucho se habla de inclusión, pero a la luz de
los resultados parece que esta fue dedicada solamente a incluir supernumerarios
en la administración pública, y a delegar los puestos de responsabilidad a
funcionarios con “merecimientos” basados en la muñeca o a su trayectoria
dirigencial.
La
“revolución democrática y cultural” ha cambiado de sentido los conceptos de
discriminación y de racismo, sin perjuicio de haberlos adecuado también a odios
y rencores infundados entre sectores de la población, que comparten color de
piel, origen, estrato social, procedencia étnica y cultural, pero tienen
diferencias en su orientación política, aunque sus diferencias sean muy
sutiles.
Fuimos
testigos impotentes y angustiados del aleccionamiento de las clases menos
favorecidas. De la imposición de imaginarios falaces y de las peores
imposturas. Al presente, lejos de revertir este abuso, y recuperar a tanta
gente que fue sistemáticamente manipulada, vemos que son otros segmentos de la
población, en general más educados, que se rinden ante las mismas perversas
prácticas. Las campañas electorales no se han destacado por las propuestas y
ofertas. Se han limitado a echar basura al contendiente, a desprestigiar al
competidor con cualquier argumento, con un cinismo y desprecio por la
inteligencia de la gente que llega a extremos insospechados.
Las redes sociales
están llenas de publicidad pagada, de memes encargados a “guerreros digitales”,
y de mensajes falsos, injuriosos y manipuladores. No es difícil inferir a quien
le interesa divulgar esos mensajes, y quien los está pagando.
Existen tres
formas de mensaje en una campaña electoral:
- El mensaje
que promueve las virtudes del candidato o de su propuesta
- El mensaje
que degrada al candidato contendiente o su propuesta.
- El mensaje
que defenestra y frecuentemente destruye la reputación del oponente. No importa
si usa argumentos ciertos o se basa en falsedades y calumnias. (Esta es la
guerra sucia).
No es
difícil situarnos en la actualidad y concluir que este último es el mensaje
predominante. Se ha hecho muy poco para promocionar la imagen o la propuesta
propia, que realmente solo llegó al Órgano Electoral por ser un requisito, pero
a nadie le interesó que llegue a los votantes.
Los
candidatos están basando su promoción en su propia imagen (el “superhéroe que
nos liberó”, “el que ganó en octubre y presume 2 millones de votos”, y la que
“asumió la misión más difícil”). El otro instrumento de campaña son las
encuestas, que se ganaron solitas el descrédito y su poca credibilidad.
Durante
muchos años lamentamos la forma en que un aparato político manipulaba a la
gente y la tenía bien educadita repitiendo consignas. Porque no abrimos los
ojos y vemos que estamos en camino a lo mismo?
De pronto
todos son luchadores y excombatientes de las pititas, pero yo recuerdo a muchos
que levantaban las manos, perdían la fe a los 14 o 15 días y corrían a abrir su
negocio, hasta que alguien les grite: “nadie se cansa !!!”
Fue una
movilización complicadísima, por que la gente estaba cansada e indignada, pero
también era escéptica. El temor a las represalias era un factor de peso.
Al final fue
una lucha que valió la pena. Buscamos recuperar la democracia, y lo
conseguimos. Porque ahora buscamos aberraciones como “frente único”? O ese o aquel está descalificado por x, y o
z? Esa es la democracia por la que se luchó?
Queríamos
ser incluidos en el rebaño de alguien? Buscábamos
ser dueños de la verdad y aplastar a quien piense diferente?
El
tristemente célebre Dr. Chi, afirma que a veces la mujer merece ser maltratada.
Afirmación espantosa, pero parece ser refrendada por una buena parte de la
población.
Ser candidata a la presidencia le ha dado a muchos la justificación
para ser despiadadamente críticos y rabiosamente destructivos con la
Presidente. Me atrevo a asegurar que el 99 % de esas personas no tienen la
solvencia moral para practicar ese tipo de crítica, pero el anonimato y la
temperatura electoral les da el escenario para ser mojigatos y echar por tierra
el objetivo de la lucha de todos.
Bolivia
necesita un verdadero proceso que encuentre la convivencia pacífica, la
tolerancia y el respeto mutuo. Ese es el
verdadero objetivo de la democracia, y solo será posible si cada ciudadano
destierra de sí mismo, de su corazón, el odio, el revanchismo y la imposición.
La calidad
moral del país está seriamente dañada por tantos años de sistemático deterioro.
No podemos continuar, como sociedad, descuidando el alma de la bolivianidad.
Triste legado para nuestros hijos y nietos. Es hora de reconstruir. Es nuestro
deber ineludible.
Hector
Castro G. * 07 Marzo 2020