sábado, 7 de marzo de 2020

A LA LUZ DE LA INGENUIDAD


La realidad boliviana duele. La mirada de la situación y la mirada al futuro no son simples de asimilar. Parece que el día a día y la intensidad de la coyuntura política nos han hecho perder de vista algunos elementos fundamentales para la sana convivencia y la armonía en la comunidad.

Se ha derrocado a un régimen que despilfarró los recursos del país, su corrupción es aún de dimensiones insospechadas, y el abuso patrimonial de los bienes del estado fue inédito. Estos son los emblemas y características por los que la ciudadanía condena y rechaza cualquier posibilidad de retorno.

Lo que no es tan fácil de identificar es el impacto que esos casi 14 años han tenido en los valores y la moral que tenemos como sociedad.

No es poco trascendente haber naturalizado el robo de los recursos del estado como forma de vida, el mecanismo de la coima, la comisión, el diezmo, el “quinciño”, el “aceite”, o el aporte “voluntario”.

Resulta obvio y hasta aburrido criticarlas. Pero la transformación que hemos sufrido como sociedad va mucho más allá. Mucho se habla de inclusión, pero a la luz de los resultados parece que esta fue dedicada solamente a incluir supernumerarios en la administración pública, y a delegar los puestos de responsabilidad a funcionarios con “merecimientos” basados en la muñeca o a su trayectoria dirigencial.

La “revolución democrática y cultural” ha cambiado de sentido los conceptos de discriminación y de racismo, sin perjuicio de haberlos adecuado también a odios y rencores infundados entre sectores de la población, que comparten color de piel, origen, estrato social, procedencia étnica y cultural, pero tienen diferencias en su orientación política, aunque sus diferencias sean muy sutiles.

Fuimos testigos impotentes y angustiados del aleccionamiento de las clases menos favorecidas. De la imposición de imaginarios falaces y de las peores imposturas. Al presente, lejos de revertir este abuso, y recuperar a tanta gente que fue sistemáticamente manipulada, vemos que son otros segmentos de la población, en general más educados, que se rinden ante las mismas perversas prácticas. Las campañas electorales no se han destacado por las propuestas y ofertas. Se han limitado a echar basura al contendiente, a desprestigiar al competidor con cualquier argumento, con un cinismo y desprecio por la inteligencia de la gente que llega a extremos insospechados.

Las redes sociales están llenas de publicidad pagada, de memes encargados a “guerreros digitales”, y de mensajes falsos, injuriosos y manipuladores. No es difícil inferir a quien le interesa divulgar esos mensajes, y quien los está pagando.

Existen tres formas de mensaje en una campaña electoral:

- El mensaje que promueve las virtudes del candidato o de su propuesta

- El mensaje que degrada al candidato contendiente o su propuesta.

- El mensaje que defenestra y frecuentemente destruye la reputación del oponente. No importa si usa argumentos ciertos o se basa en falsedades y calumnias. (Esta es la guerra sucia).

No es difícil situarnos en la actualidad y concluir que este último es el mensaje predominante. Se ha hecho muy poco para promocionar la imagen o la propuesta propia, que realmente solo llegó al Órgano Electoral por ser un requisito, pero a nadie le interesó que llegue a los votantes.

Los candidatos están basando su promoción en su propia imagen (el “superhéroe que nos liberó”, “el que ganó en octubre y presume 2 millones de votos”, y la que “asumió la misión más difícil”). El otro instrumento de campaña son las encuestas, que se ganaron solitas el descrédito y su poca credibilidad.

Durante muchos años lamentamos la forma en que un aparato político manipulaba a la gente y la tenía bien educadita repitiendo consignas. Porque no abrimos los ojos y vemos que estamos en camino a lo mismo?

De pronto todos son luchadores y excombatientes de las pititas, pero yo recuerdo a muchos que levantaban las manos, perdían la fe a los 14 o 15 días y corrían a abrir su negocio, hasta que alguien les grite: “nadie se cansa !!!”

Fue una movilización complicadísima, por que la gente estaba cansada e indignada, pero también era escéptica. El temor a las represalias era un factor de peso.

Al final fue una lucha que valió la pena. Buscamos recuperar la democracia, y lo conseguimos. Porque ahora buscamos aberraciones como “frente único”?  O ese o aquel está descalificado por x, y o z?  Esa es la democracia por la que se luchó?

Queríamos ser incluidos en el rebaño de alguien?  Buscábamos ser dueños de la verdad y aplastar a quien piense diferente?

El tristemente célebre Dr. Chi, afirma que a veces la mujer merece ser maltratada. Afirmación espantosa, pero parece ser refrendada por una buena parte de la población.

Ser candidata a la presidencia le ha dado a muchos la justificación para ser despiadadamente críticos y rabiosamente destructivos con la Presidente. Me atrevo a asegurar que el 99 % de esas personas no tienen la solvencia moral para practicar ese tipo de crítica, pero el anonimato y la temperatura electoral les da el escenario para ser mojigatos y echar por tierra el objetivo de la lucha de todos.

Bolivia necesita un verdadero proceso que encuentre la convivencia pacífica, la tolerancia y el respeto mutuo.  Ese es el verdadero objetivo de la democracia, y solo será posible si cada ciudadano destierra de sí mismo, de su corazón, el odio, el revanchismo y la imposición.

La calidad moral del país está seriamente dañada por tantos años de sistemático deterioro. No podemos continuar, como sociedad, descuidando el alma de la bolivianidad. Triste legado para nuestros hijos y nietos. Es hora de reconstruir. Es nuestro deber ineludible.


Hector Castro G.  *   07 Marzo 2020

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