Desde la
recuperación de la democracia en 1982, el espectro político en Bolivia ha sido
siempre amplio, y por si no fuera suficiente, la capacidad de concertación es
casi nula. El complejo de rey chiquito es muy común, y quien es líder de alguna
facción política se cree presidenciable, y talvez tiene razón.
Ante la
atomización electoral, la única forma de establecer gobiernos fue la
“democracia pactada”, en la que el presidente era elegido en el Congreso
Nacional, y difícilmente era merecedor de 25 % de los votos de la población.
Hubo una ocasión en la que el tercero, Jaime Paz, fue presidente
constitucional.
Bajo este
sistema y esa idiosincrasia era imposible que el gobierno tuviera
simultáneamente legalidad y legitimidad. El éxito en la misión de gobernar dependía
únicamente de la posibilidad de negociación entre las fuerzas presentes en el
legislativo. Inevitablemente, el proceso sufrió un gran desgaste. El cuoteo, el
transfugio, el tráfico de lealtades y la corrupción lograron que sea muy simple
provocar una revolución que de término al sistema de partidos, con la
consagración de Evo Morales como presidente.
No fue una
elección de un personaje que destaque por sus valores morales, por su
inteligencia y preparación, ni siquiera por que sea un luchador por la
democracia. Logró una inédita mayoría absoluta. Fue una estrategia muy bien
trabajada por intereses extranjeros (para quienes siguen pensando que la
embajada americana era la dueña de todo), y la mejor prueba es que por primera
vez en la historia de Bolivia, todos los partidos de izquierda se plegaron al
proyecto. Obviamente, en cuanto alcanzaron el poder se deshicieron de quienes pensaban
diferente, o que al menos pensaban (literal: Garcia Linera llegó a expulsar a
los librepensantes).
Casi 14 años
después, la población salió a las calles y exigió la salida de Morales, como
único objetivo y casi consigna. Nadie pensó en que viene después. Al presente
encontramos que los políticos que pugnan por ser los sucesores son los mismos,
nombres más, nombres menos, que los que desgastaron tanto el sistema
democrático y provocaron la llegada del régimen totalitario de Morales. Sus
actitudes son las mismas. Sus intereses son los mismos. Buscan formar una
bancada parlamentaria y ocupar algunos espacios en el poder. La mayoría sabe
perfectamente que no tiene ninguna posibilidad de llegar a la presidencia, y
todos saben que de hacerlo, sufrirán las consecuencias de una base política
débil y poco efectiva.
Lo que tenemos
es lo que conocemos. A partir de esa pobre oferta debemos elegir, ponernos a
rezar con fuerza, talvez cerrar los ojos y cubrirnos la cabeza. Que venga lo
que sea, por que no hay nada más.
Exigimos
renovación, pero no permitimos el surgimiento de nuevos líderes. Exigimos
firmeza, pero reclamamos que el gobierno de transición es autoritario. Exigimos
honestidad, pero también acuñamos el “roba pero hace”. Exigimos diversidad,
pero hay quienes se desfiguran por que la presidenta es mujer, por que es del
oriente, y hasta por que se tiñe el cabello. Gataflorismo llevado a extremos.
Tengo más de
50 años y he vivido las dictaduras, la hiperinflación, la recuperación
democrática, el llamado neoliberalismo, el crecimiento del narcotráfico, la
capitalización y la nacionalización (al menos el discurso), el “proceso de cambio”,
etc. y no he visto nunca a un gobierno
como el actual.
Firme,
transparente, efectivo y eficiente, digno, con solvencia moral y con el apoyo
masivo de la ciudadanía. Creo que una gran parte de Bolivia encontraba esta
misma percepción, hasta que Jeanine Añez decidió lanzar su candidatura.
Observan que
es ilegal, inconstitucional, etc. pero la realidad es que está habilitada, sin
lugar a dudas, por la misma constitución con la que se celebran las elecciones
y los demás candidatos postulan sin observaciones.
Que no es
ética. Que dijo que no sería candidata. Que no tiene palabra. Lo cierto es que
las circunstancias cambian, y con todo derecho, decidió postular. Los demás
candidatos también dijeron a su turno que no serían candidatos, que les
asqueaba la política, que solo si había un frente único, etc.
Que se
aprovecha de su situación de presidenta. Obvio. Es ahora cuando cuenta con el
imprescindible apoyo de la población. Cada uno vive su realidad, y cada uno
aprovecha su propia situación. Liderazgo cívico, vocería del estado, etc.
Que
involucra a su partido. Por supuesto. No es concebible un proyecto político sin
el respaldo y la estructura de un colectivo dedicado al trabajo precisamente político!!!
No imagino a la presidenta estructurando su gobierno a partir del Atlético
Pompeya, el grupo Scout Cortapalos y la fraternidad Los Pintudazos.
La
ciudadanía percibe claramente los pros y contras de cada proyecto y de cada
candidato. El discurso politiquero tiene cada vez menor influencia en el
electorado. Vivimos tiempos muy intensos y es más difícil abstraerse del clima
político. Las redes sociales nos ametrallan información, y nos ahogan, nos
guste o no.
En cuanto se
inicien los debates podremos terminar de separar las propuestas verdaderas de
la demagogia y las ofertas de “castillos de cristal”. La presidenta Añez ha
subido la vara a niveles que tienen muy preocupados a algunos candidatos que
corren mucho pero nunca suben.
Si hay algo
que diferencia la candidatura de Jeanine de las otras es que la gente la apoya
y se desmarca, como nunca ocurrió, de los partidos y frentes tradicionales.
Finalmente, las elecciones tienen como protagonistas a los ciudadanos
electores, portadores de la soberanía. De nosotros depende que haya dispersión
o haya unidad.
Hector
Castro G. * 31 Enero 2020