A finales de la década de los 60, un comerciante orureño de visita en Santa Cruz, en uno de sus habituales recorridos por el país vendiendo electrodomésticos, terminó de cenar y se retiraba a su hotel. Una calle cualquiera del casco viejo, a no más de dos o tres cuadras de la plaza 24 de Septiembre. En una esquina pasó cerca de dos jóvenes a quienes pidió alguna indicación por que creía haberse desorientado. Terrible error. Estos llamaron a otros y cuando se reunieron 6 o 7 decidieron propinarle una golpiza, simplemente por ser “colla”. Providencialmente se encontraba cerca de una peluquería que estaba todavía abierta, el propietario, cruceño fornido y de mediana edad, intervino y detuvo la golpiza, le ofreció refugio, y amenazó a los agresores con dar parte a las autoridades.
El incidente simplemente quedó ahí. No era algo
extraordinario. Las tensiones entre el oriente y el centralismo occidental
levantaban este tipo de irracionalidades. Probablemente aún existían resabios
de la dura lucha por las regalías petroleras y otras reivindicaciones cruceñas.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces. Hoy
viven más orureños en Santa Cruz que en Oruro. Aunque se mantenga y seguramente
exista siempre ese particular regionalismo cruceño, a veces mal entendido y a
veces mal utilizado, Bolivia ha conseguido integrarse de manera sólida y
constructiva. Esto no significa que se hayan solucionado todos los temas de
interés de las regiones, mencionando con especial énfasis el tema de la
autonomía, que a pesar de haber sido constitucionalizado, no refleja de ninguna
manera el régimen que fue pensado, propuesto, e incluso aprobado en un referéndum
con todas las de la ley. Esta lucha por una reivindicación de fondo fue disuelta
sistemáticamente, al extremo de constituirse en simple enunciado en el texto
constitucional. No es posible pensar en autonomías frente a un régimen
autocrático, caudillista, y particularmente hegemónico, que incluso desborda los
marcos constitucionales sin empacho alguno.
Entre 2008 y 2009, al calor de las tensiones entre el
gobierno central hipercentralista y las regiones de la denominada “media luna”,
el régimen intentó posicionar en el imaginario popular el concepto de que “los
cruceños son separatistas”, motivando a sus huestes a participar activamente de
conatos de arremetidas contra la capital cruceña. Por intereses políticos
hegemónicos, se despertaba irresponsablemente ese falso y perverso sentimiento
de rivalidad oriente – occidente. El siguiente movimiento estratégico fue en
verdad canallesco. El gobierno montó toda una tramoya contra la dirigencia
política y cívica, e incluso contra alguna población civil cruceña, para acusarla
y perseguirla por terrorismo y separatismo. No era ninguna casualidad. Santa
Cruz se ha convertido en el pilar fundamental de la economía y la producción en
Bolivia. Que construya el poder político que genuinamente le corresponde es una
amenaza muy real para cualquier afán centralista, ni que decir del proyecto
hegemónico y mesiánico que ocupaba el Palacio Quemado.
Hace poco más de un año, nació a los pies del Cristo Redentor
el movimiento que en pocas semanas provocaría la improbable caída del régimen.
Santa Cruz finalmente renacía políticamente y se proyectaba a lo largo y ancho
del país. Probablemente los acontecimientos se precipitaron de manera tan vertiginosa
e inesperada que nadie pudo reparar en que se cometía un error clásico e
histórico. El movimiento cívico cruceño se hacía protagonista de la historia
nacional, pero no era institucional, no era siquiera corporativo. Era, como en
toda la historia del país, un caudillo que movilizaba masas, establecía
estrategias, y dictaba el desarrollo de los acontecimientos.
Cuando llegó el momento de institucionalizar este movimiento
y consolidar el proceso de recuperación de la democracia, se cometió el error
de hacerlo sobre la base de esa voluntad caudillista. El gobierno de
transición, que gozaba de legitimidad al nacer, la perdió parcialmente en sus
primeros momentos de vida. El caudillo no tuvo la paciencia ni la sabiduría
para distanciarse y erigir una verdadera imagen de estadista.
La Bolivia democrática siempre reconoció el valor y la
valentía que Luis Fernando Camacho entregó a la nación, pero en el imaginario
colectivo existen valores fuertemente implantados. Bolivia y la democracia
están por encima de todo y de todos. El resto de la historia es por demás
conocida, y llegamos al final de la campaña electoral 2020.
A pocas semanas de la elección, en algún fatídico momento, la
estrategia de campaña de CREEMOS asumió un nuevo curso, probablemente a
instancias de algún nuevo asesor, de explotar enérgicamente el sentimiento
regional cruceño. La coyuntura electoral demandaba unidad y fortaleza
cuantitativa para conseguir derrotar al MAS, continuando con el proceso de
eliminación de ese instrumento político. La estrategia regionalista marchaba en
contra ruta.
A la luz de los resultados electorales, aún provisionales, la
grieta oriente-occidente se ha vuelto a abrir. Sin duda la estrategia
regionalista fue una irresponsabilidad inmensa. Un error histórico demasiado
costoso para Bolivia, en función de un beneficio relativo solamente para una
agrupación política. Estamos en un momento particularmente delicado. A tiempo
de enmendar el error, pero también con todas las posibilidades de consolidar la
trágica fractura. No entro de ninguna manera a analizar si una región o la
otra, una visión o la otra, tiene razón. No tiene sentido considerar
afirmaciones de traición, de merecimientos y de mil estupideces que se ven en
las redes sociales.
Camacho es cruceño, pero Camacho no es Santa Cruz. - Bolivia
sin Santa Cruz, no es Bolivia. - Santa Cruz sin Bolivia, no es Santa Cruz.
Como boliviano debo promover el urgente e imprescindible reencuentro,
por que significa la sobrevivencia del estado de derecho y de la libertad
democrática del país en su conjunto.
La única forma de sanar la herida pasa por un gran desarme de
ambos bandos, que es más fácil decirlo que hacerlo, pero sé que es
completamente posible. Puedo afirmarlo con total convicción, por que el comerciante
orureño del principio de este artículo era mi padre.
Hector Castro G. * 21 Octubre 2020
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