miércoles, 21 de octubre de 2020

NO VALE LA PENA !!!

A finales de la década de los 60, un comerciante orureño de visita en Santa Cruz, en uno de sus habituales recorridos por el país vendiendo electrodomésticos, terminó de cenar y se retiraba a su hotel. Una calle cualquiera del casco viejo, a no más de dos o tres cuadras de la plaza 24 de Septiembre. En una esquina pasó cerca de dos jóvenes a quienes pidió alguna indicación por que creía haberse desorientado. Terrible error. Estos llamaron a otros y cuando se reunieron 6 o 7 decidieron propinarle una golpiza, simplemente por ser “colla”. Providencialmente se encontraba cerca de una peluquería que estaba todavía abierta, el propietario, cruceño fornido y de mediana edad, intervino y detuvo la golpiza, le ofreció refugio,  y amenazó a los agresores con dar parte a las autoridades.

El incidente simplemente quedó ahí. No era algo extraordinario. Las tensiones entre el oriente y el centralismo occidental levantaban este tipo de irracionalidades. Probablemente aún existían resabios de la dura lucha por las regalías petroleras y otras reivindicaciones cruceñas.

Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces. Hoy viven más orureños en Santa Cruz que en Oruro. Aunque se mantenga y seguramente exista siempre ese particular regionalismo cruceño, a veces mal entendido y a veces mal utilizado, Bolivia ha conseguido integrarse de manera sólida y constructiva. Esto no significa que se hayan solucionado todos los temas de interés de las regiones, mencionando con especial énfasis el tema de la autonomía, que a pesar de haber sido constitucionalizado, no refleja de ninguna manera el régimen que fue pensado, propuesto, e incluso aprobado en un referéndum con todas las de la ley. Esta lucha por una reivindicación de fondo fue disuelta sistemáticamente, al extremo de constituirse en simple enunciado en el texto constitucional. No es posible pensar en autonomías frente a un régimen autocrático, caudillista, y particularmente hegemónico, que incluso desborda los marcos constitucionales sin empacho alguno.

Entre 2008 y 2009, al calor de las tensiones entre el gobierno central hipercentralista y las regiones de la denominada “media luna”, el régimen intentó posicionar en el imaginario popular el concepto de que “los cruceños son separatistas”, motivando a sus huestes a participar activamente de conatos de arremetidas contra la capital cruceña. Por intereses políticos hegemónicos, se despertaba irresponsablemente ese falso y perverso sentimiento de rivalidad oriente – occidente. El siguiente movimiento estratégico fue en verdad canallesco. El gobierno montó toda una tramoya contra la dirigencia política y cívica, e incluso contra alguna población civil cruceña, para acusarla y perseguirla por terrorismo y separatismo. No era ninguna casualidad. Santa Cruz se ha convertido en el pilar fundamental de la economía y la producción en Bolivia. Que construya el poder político que genuinamente le corresponde es una amenaza muy real para cualquier afán centralista, ni que decir del proyecto hegemónico y mesiánico que ocupaba el Palacio Quemado.

Hace poco más de un año, nació a los pies del Cristo Redentor el movimiento que en pocas semanas provocaría la improbable caída del régimen. Santa Cruz finalmente renacía políticamente y se proyectaba a lo largo y ancho del país. Probablemente los acontecimientos se precipitaron de manera tan vertiginosa e inesperada que nadie pudo reparar en que se cometía un error clásico e histórico. El movimiento cívico cruceño se hacía protagonista de la historia nacional, pero no era institucional, no era siquiera corporativo. Era, como en toda la historia del país, un caudillo que movilizaba masas, establecía estrategias, y dictaba el desarrollo de los acontecimientos.

Cuando llegó el momento de institucionalizar este movimiento y consolidar el proceso de recuperación de la democracia, se cometió el error de hacerlo sobre la base de esa voluntad caudillista. El gobierno de transición, que gozaba de legitimidad al nacer, la perdió parcialmente en sus primeros momentos de vida. El caudillo no tuvo la paciencia ni la sabiduría para distanciarse y erigir una verdadera imagen de estadista.

La Bolivia democrática siempre reconoció el valor y la valentía que Luis Fernando Camacho entregó a la nación, pero en el imaginario colectivo existen valores fuertemente implantados. Bolivia y la democracia están por encima de todo y de todos. El resto de la historia es por demás conocida, y llegamos al final de la campaña electoral 2020.

A pocas semanas de la elección, en algún fatídico momento, la estrategia de campaña de CREEMOS asumió un nuevo curso, probablemente a instancias de algún nuevo asesor, de explotar enérgicamente el sentimiento regional cruceño. La coyuntura electoral demandaba unidad y fortaleza cuantitativa para conseguir derrotar al MAS, continuando con el proceso de eliminación de ese instrumento político. La estrategia regionalista marchaba en contra ruta.

A la luz de los resultados electorales, aún provisionales, la grieta oriente-occidente se ha vuelto a abrir. Sin duda la estrategia regionalista fue una irresponsabilidad inmensa. Un error histórico demasiado costoso para Bolivia, en función de un beneficio relativo solamente para una agrupación política. Estamos en un momento particularmente delicado. A tiempo de enmendar el error, pero también con todas las posibilidades de consolidar la trágica fractura. No entro de ninguna manera a analizar si una región o la otra, una visión o la otra, tiene razón. No tiene sentido considerar afirmaciones de traición, de merecimientos y de mil estupideces que se ven en las redes sociales.

Camacho es cruceño, pero Camacho no es Santa Cruz. - Bolivia sin Santa Cruz, no es Bolivia. - Santa Cruz sin Bolivia, no es Santa Cruz.

Como boliviano debo promover el urgente e imprescindible reencuentro, por que significa la sobrevivencia del estado de derecho y de la libertad democrática del país en su conjunto.

La única forma de sanar la herida pasa por un gran desarme de ambos bandos, que es más fácil decirlo que hacerlo, pero sé que es completamente posible. Puedo afirmarlo con total convicción, por que el comerciante orureño del principio de este artículo era mi padre.  

 

Hector Castro G. * 21 Octubre 2020

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