Nunca antes escribí para hacer campaña por nadie, y no voy a hacerlo ahora. Mi blog es solamente una expresión de mi forma de pensar y de mi derecho a expresarme con libertad, que atesoro como parte de las libertades que me permite la democracia.
Estamos a pocas horas de celebrar el acto fundamental de la
vocación democrática que tenemos como bolivianos. El éxito del proceso,
indistintamente del resultado, será la prueba irrefutable de la realidad que
vivimos, desvirtuando de una vez por todas la narrativa de golpe de estado, de
régimen defacto, y el resto de imposturas que tan bien posiciona el bloque
narco populista, nacional e internacional.
No comentaré nada referente a encuestas, posibilidades, votos
útiles, etc. por que, aunque son temas centrales, decidí dedicar este artículo
a lo que sucede en torno a este proceso electoral, que tiene muchas
particularidades por los antecedentes de la anterior elección anulada, por la
pandemia, pero especialmente por que está en juego bastante más que solamente
la democracia en Bolivia.
El asedio internacional, desde los bastiones pro-comunistas
del mundo, se hace presente en nuestro país. Comunicadores, operadores
políticos, oficiales de inteligencia, y hasta la tropa de agitadores y
mercenarios ambulantes están arribando a territorio nacional. Existe una sensación
de exceso de apertura e inclusión democrática, aunque esto no exista, pero esto
va más allá del debate interno o de la apreciación subjetiva de cualquier
ciudadano. Este ejército de malinformados y malintencionados tiene un comité de
recepción muy bien estructurado, financiado y coordinado. Son antipatriotas,
indignos y corruptos.
El movimiento internacional es parcialmente público, por la
cobertura de prensa en las terminales aéreas, pero se sabe que el tráfico
migratorio desde Argentina, ilegal por supuesto, ha sido masivo y no se tiene
conocimiento de las dimensiones que tiene.
De la misma manera, no es posible tener alguna idea de lo que
sucede al interior de la república. Más allá de alguna información básicamente
filtrada por los mismos agitadores y operadores políticos en las zonas
críticas, no conocemos la dimensión de sus planes. De hecho, en agosto pasado
fueron 140 o 150 puntos de bloqueo a nivel nacional, así que no se puede
descartar esa base como algo ya establecido y organizado.
Bolivia se constituye en un bastión irrenunciable para los
intereses castro-chavistas, no solamente por su ubicación geográficamente
estratégica, sino por la inminente caída del régimen venezolano, la precariedad
del kirshnerismo en Argentina, y el haber perdido ya varias naciones
sudamericanas. Es un proyecto muy diverso y complejo, que abarca desde el
narcotráfico, recursos naturales, usufructo de recursos estatales, y hasta la
presencia de grupos fundamentalistas islámicos en este continente. Una rebelión
popular, las pititas, muy valiosa pero menospreciada en su momento, no fue ni
de lejos suficiente para erradicar tantos y tan grandes intereses.
Obviamente, deben existir los intereses contrapuestos. Desde
la convicción democrática de los bolivianos, la espalda geopolítica que
proporciona el Grupo de Lima, el relativo apoyo de los organismos
internacionales, e indudablemente el gobierno norteamericano.
En la práctica, el enemigo está dentro de casa. Ya tenemos
demasiada experiencia como para no tener una clarísima visión de lo que nos
amenaza. Un indeseado retorno al pasado nos condena a 50 años de totalitarismo,
no sin antes sufrir las consecuencias de haber cometido delitos como defender
la libertad, la democracia o la nueva figura delictiva de “pitita”.
Probablemente un “formador de opinión” como yo, con casi 20 lectores, tendré
que afrontar lo que hice.
En las últimas horas
vimos que hay actores políticos (de varios colores) que tienen una facilidad única para anteponer sus
intereses a los de la nación, abusando de sus coyunturales prerrogativas
legislativas, operando por debajo sus viejas prácticas politiqueras, sin haber
siquiera llegado al momento electoral, o delinquiendo sin escrúpulos,
traficando armas, municiones, explosivos, o dinero de fuentes misteriosas y
destinos oscuros.
La defensa también está en casa, en un gobierno vapuleado por
su propia ciudadanía desinformada y manipulada, pero que tiene la templanza y
la valentía para hacer su trabajo. El tiempo dirá cuánta razón tengo, o no, al
afirmar esto.
La voluntad ciudadana, la convicción de libertad y democracia
de los bolivianos está intacta, sin embargo, el proceso electoral, la pandemia
y la transición han tenido su efecto en la unidad que hace la fuerza.
Ningún escenario de confrontación podrá conducirnos a un
mejor país. Los resultados inevitables significan heridas en una sociedad que
ya tiene muchas por curar. Por esta razón es que la salida electoral es la más
adecuada, siempre y cuando se pueda consolidar una victoria democrática muy
clara y contundente. Un resultado magro tendrá la terrible consecuencia de
otros 5 años de ingobernabilidad y conflicto diario.
Pase lo que pase, y venga lo que venga, los bolivianos de
bien, indistintamente del color de partido o de piel, tenemos la obligación de
apostar por la paz, el imperio de la ley y la reconstrucción de la tan
necesaria institucionalidad.
No la tenemos fácil pero nuestro destino está, como siempre,
en nuestras manos.
Hector Castro G. * 17 Octubre 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario