Nací y crecí
en Oruro. En algún momento de mi infancia tuve un amigo, ayudante de mi padre,
llamado Raúl. Un joven de 18 años, que conservaba el corte de pelo de su reciente servicio militar en el regimiento Camacho. Oriundo de Poopó,
escasamente alfabeto, muy buena onda. Me enseñó a manejar bici, y seguramente
este es el anclaje de algunos recuerdos muy vivos.
Mi familia
emigró a Cochabamba, apenas saliendo de la hiperinflación terrible en el
retorno de la “maravillosa democracia”, dejando atrás el oscuro periodo de
“orden, paz y trabajo”.
Poco tiempo
pasó para que conozca a Clara y Bella, mis primeras vaquitas,
holando-uruguayo-criollas, tomé contacto con la tierra, el suelo más
concretamente, y me dedique a labores agrícolas en el Morro de Iquircollo.
Recuerdo a Celedonio, Fanor, el “pillo”, el Willy, el Jesuco, y doña Sofí, mis
colaboradores. Personajes que trabajaban como Superman el sábado, cobraban los
jornales, desaparecían el domingo y
lunes, y el martes resaqueaban como lagartijas al sol.
Recorrí
varias veces los valles cochabambinos, comprando y vendiendo insumos,
productos, agroquímicos, etc. Interactuaba con muchos vallunos en época de estiaje,
recorriendo a pie, de día y de noche el Sistema de riego No. 1. Azadón al
hombro, kilómetros y kilómetros, limpiando basura de los canales y vigilando que
nadie se lleve el agua que no le tocaba.
Recuerdo a
personajes pintorescos como el Qanchis poncho, el T´ogo ñahui, el alkho simi, y
el Pili chaki. Que tipos buena onda. Siempre tenían un casquito para invitar a
quien trabajaba, pero cuidado!...si necesitaban agua de la acequia se
convertían en lo que sea necesario convertirse. Los puñetes eran tan frecuentes
como los machetazos.
Mis
actividades agrícolas me llevaron a emigrar al trópico cochabambino, a ver qué
pasa con el desarrollo alternativo, cultivar piñas, palmitos y “bastones del
emperador”. La gente es básicamente la misma que conocí antes en mi vida.
Altiplánicos y vallunos. La idiosincrasia era distinta. Era imposible competir
con los emolumentos de las pozas de esos tiempos. Hoy usan licuadoras y
microondas.
Encontré que
el boliviano criollo (no es más indígena) es un luchador. Lucha por su propio
bienestar y el de su familia, a menos que deba luchar contra su familia, pero
ese es otro tema. Tiene muy poco sentido comunitario, ya no existe el concepto
de “ayllu”, y el verdadero derrotero del individuo es ganar más que el vecino,
no importa cómo.
No es un
ciudadano que tenga mucho interés en su hábitat, en la calidad de vida de su
sociedad, ni está muy dispuesto a dar un paso al frente para liderar su
colectivo en pos de objetivos comunes.
Esta
percepción me tiene pensativo hace tiempo. El circunstancial habitante del
chalé de San Jorge es un típico personaje de estos que tanto vi en mi vida. De acuerdo,
tiene una formación particular en actividad sindical, es marxistoide, corrió el
proceso entero del Alba, progresismo, socialismo XXI, etc. Tiene asesoramiento
y conducción permanente de la inteligencia cubana, venezolana, Podemista, y
otros “elementos de consignas foráneas”.
Pero….es
posible dejar la esencia en el camino? Estará tan convencido de que el
continuismo es lo más indicado en su proyecto personal e íntimo? No será más
tentador retirarse, como dijo, con su quinceañera a su chaco, o a cualquier
lugar? Cuanto pesan los intereses del entorno? Cuanta presión hay del ámbito
internacional? Que disposición habrá de los cárteles que sabemos, para dejar de
tener semejante influencia en un país tan bien ubicado?
No sé,
muchas preguntas que seguramente no conoceré nunca la respuesta.
Escucharé a
mi t´inkaso, seré bueno, y NO votaré por él.
YO NO PUEDO
COMPRENDER ….
Hector Castro G. * 3 Oct 2019
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