La rebelión ciudadana de los 21 días fue detonada por el
fraude en las elecciones del 20 de octubre pasado, pero no puede perderse de
vista que se había acumulado en la población un hartazgo. La corrupción, la
inmoralidad, la restricción de los derechos individuales, y especialmente la
inacción e impostura frente a los incendios de la Chiquitania.
Todas estas razones, entre muchas otras, son objetivamente
comprobables. Ninguna es producto de ideologías, ni tiene alguna subjetividad. Existen
documentos, testimonios, publicaciones de prensa, y toda forma de prueba
material.
Entre todas las mencionadas, la que fue objeto de mayor
debate es sin duda la inmoralidad, la indecencia y el irrespeto por las buenas costumbres de
nuestra sociedad. Recordemos como un Ministro de Estado presentaba a los medios
de comunicación como un “cártel de la mentira” en un organigrama como si se
tratase de una organización criminal. Fueron involucrados todos los que tenían simplemente
la decencia de publicar las noticias sin censura, y eran acusados de formar parte de “la derecha”
(una figura pseudo-criminal creada por el masismo).
Se hizo pública una relación que El Presidente mantuvo con una
señorita, menor de edad, que hizo toda una carrera de su affaire. Utilizó su
situación de proximidad a la presidencia para construir una fortuna basada en
el herario nacional. Intermedió contratos del Estado por más de 500 millones de
dólares con una empresa china, entre muchos otros negocios. La investigación
parcial del caso develó que durante algunos años, mientras ocupaba el despacho
usualmente asignado a la primera dama de la nación, esta señorita fue renovando
sus vínculos con el poder, no solo con el Presidente sino que también añadió a
su palmarés a algunos ministros, un par de empresarios, y hasta su mismísimo
abogado (el que últimamente intermedió la compra de los respiradores de la
corrupción).
Mientras tanto, el poderoso cocalero la recordaba como “cara
conocida”, decía que tuvo un hijo, que vivió una larga enfermedad hasta que
falleció, sin que él tenga certeza de nada. Al final, tampoco estuvo nunca
interesado por el destino de sus hijos Alv aro y Ev aliz, quienes juicio de por
medio, obtuvieron la asistencia familiar que les correspondía. La paternidad
responsable no es parte de su genética.
Ya en la última década del siglo pasado se veía al prófugo
dictador recorriendo los caminos del trópico cochabambino, empedrados por
Usaid, en su Toyota Land Cruiser amarillo, que parecía siempre tener la suspensión
trasera rendida por la sobrecarga de pasajeros. Invariablemente estaba acompañado
por un séquito de “compañeras”, cholitas y señoritas que, a ojo de buen cubero,
no llegaban a los 20 años. Era frecuente encontrar a esta comitiva,
especialmente los fines de semana, en una mesa larga de la chicharronería de
Senda 3, donde probablemente tuvieron inicio muchas situaciones que
determinaron en alguna medida el futuro de la nación. Se rumorea que aquí tuvo
lugar el impase con el Tte. An drade, de trágico desenlace.
Relatar este tipo de acontecimientos tiene un dejo de chisme
de cocina, pero la realidad es así de patética, por decir lo menos. No por nada
algunos personajes del régimen dieron rienda suelta a su huato literario, para
mitificar al campesinito que llegó a Presidente, o para intentar desvirtuar
infructuosamente las barbaridades delictuosas del jefazo.
Bolivia está polarizada, y no es novedad. Pero creo que la
polarización no tiene los extremos en las dos corrientes políticas más fuertes
del momento. Los polos opuestos hoy se constituyen en base a los indignados por
la cantidad de inmoralidades y perversiones denunciadas, y al otro extremo: los
que no creen que las denuncias sean ciertas, los que no creen que el estupro o
la pederastia sean inmorales, y los que trabajan y viven de defender lo
indefendible, sin que la moral o la legalidad valgan un peso argentino.
Lo cierto es que los bolivianos nos cansamos, nos indignamos
hasta el cansancio, y no aceptaremos nunca más la impunidad de estos seres,
cuyos genes de padre corresponden a cualquier otro mamífero, pero no son humanos.
Está claro que derrocamos a un régimen perverso en muchísimos
sentidos, pero todos ciertos y contundentes. La diferencia con la revuelta de
2003 está en la veracidad y la consecuencia de sus argumentos, pero ese tema lo
dejo para una próxima entrega.
Cometemos errores y tenemos mucho que corregir. No somos una
sociedad perfecta y la distancia que tenemos por recorrer es enorme. Nadie está
libre de pecado, pero me gustaría responder al analista Jorge Richter, que yo
SI tiro la primera piedra. No creo estar libre de pecado, pero su patética
defensa del pedófilo no es argumento para que yo, llenito de pecados, tire la
primera, la segunda y otras más. No acepto y no permito el daño a nuestros
niños, venga de quien venga. Estoy seguro que este sentimiento es masivo entre los
bolivianos.
Lo que está claro es que este tema, sea cual fuera la figura
legal, no será tolerado nunca más. El delincuente debe sufrir los rigores de la
ley. Es un individuo, no un colectivo, ni una sociedad. Este concepto se irá
posicionando paulatinamente, como parte de la construcción democrática. Ya no
hay ninguna razón que tienda a naturalizar estos delitos, tan cobardes como la
huida del narcocaudillo pederasta.
Hector Castro G. * 27 Agosto 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario