miércoles, 10 de junio de 2020

LOS HEREDEROS DE LA MENTIRA VERDADERA


La posverdad o post verdad es una distorsión de la realidad que se hace de manera deliberada. Se emplea para señalar aquellos hechos en los que son más influyentes los sentimientos o creencias personales que los hechos en sí mismos.

Es decir, las mentiras se asumen como si fuesen verdad porque así se sienten o se asumen como reales porque una gran colectividad las cree como verdaderas.

Esta técnica se usa en política desde hace más de 100 años, en los tiempos del nacional-socialismo de Hitler y su jefe de propaganda Joseph Goebbels, a quien algunos atribuyen la frase “miente, miente, que algo queda”, aunque hay quienes aseveran que ya fue acuñada 5 siglos atrás.

Lo que hoy analizo es el uso de esta técnica, y la forma en que ha degradado nuestra forma de hacer política y “construir” democracia.

Dos elementos son imprescindibles para conseguir que la post verdad sea aplicable: 1. una sociedad poco formada o que al menos ignore en la medida suficiente la realidad del país. 2. No tener escrúpulos y estar dispuesto a sacar provecho de esas limitaciones de la gente.

Varias fuerzas de izquierda comenzaron a implantar ideología en Bolivia, mucho antes de la llegada del MAS al poder. Obviamente participaron los movimientos progresistas de Hispanoamérica, con financiamiento multinacional, y un proyecto hemisférico muy ambicioso.

A partir de la Presidencia de Evo Morales, fuimos testigos presenciales de la implantación de conceptos muy bien trabajados. “La derecha”, los “neoliberales”, el “capitalismo”, el “imperio”, etc. Ninguno de los cuales era totalmente convincente, se podría debatir mucho su validez, y demostrar objetivamente que solo son “anclajes” de la propaganda. El gobierno del MAS fue tan neoliberal y de derecha como los anteriores (aunque estos términos sean mal utilizados, por unos y por otros).

En el transcurso de esta época oscura era muy frecuente que usen frases y conceptos rimbombantes pero huecos: “La nacionalización de los hidrocarburos”, “la revolución democrática y cultural”, y “el proceso de cambio”, por ejemplo. Está claro que la nacionalización fue solo discurso. La “revolución” y el “proceso” fueron la fachada para el montaje del más escandaloso aparato de corrupción, dilapidación de recursos públicos, y protección al narcotráfico.

Un enorme aparato propagandístico, recursos ilimitados y la instrumentalización de la justicia fueron los instrumentos suficientes para someter a toda la nación al destino soñado por los megalómanos impostores. La crítica situación actual del país, la pobreza de la gente, del aparato productivo y del estado, son el testimonio claro de que el verdadero trabajo que hicieron fue el de implantar mentiras y más mentiras, mientras se embolsillaban ingentes cantidades de dinero de los bolivianos.

21 días de movilización y 15 más de vigilia, una sucesión constitucional, y el establecimiento de un gobierno de transición dieron fin con ese régimen, y despertaron en la ciudadanía una atmósfera de esperanza y optimismo. Era de esperarse que todas las prácticas corruptas e inmorales queden en el pasado, y sean solo una desagradable lección en la historia de Bolivia.

A la luz de la realidad actual, está claro que el MAS continúa usando la post verdad, en áreas estratégicamente determinadas del país ha implantado el falaz discurso de “golpe de estado”, ha promovido el irrespeto por las fuerzas del orden, e insiste en sus patéticos y graciosos argumentos de fascismo y racismo.

Probablemente sea ingenuo creer que estas prácticas inmorales se circunscriben al área rural y las zonas de influencia masista. Está demostrado que los políticos de distinta línea han “aprendido” la misma maña. El componente más importante en su agenda es denostar al gobierno, no por su candidatura, sinó por que esa candidatura pone en entredicho sus posibilidades electorales. Para esto usan la post verdad como práctica diaria y corriente. No les importa si de paso torpedean la lucha contra la pandemia.

Atribuir la corrupción al partido de gobierno per-sé, así como al anterior gobierno es simple ceguera, ex profesa y deliberada. La degeneración moral en el país es una realidad, es la terrible herencia de los años oscuros del masismo. La cultura de la corrupción es transversal a los circunstanciales partidos y movimientos políticos. No ver esta realidad es postergar de manera cruel el afrontarla, y relegar una prioridad inexcusable para rescatar a Bolivia.

La alcaldía cochabambina es una demostración dolorosamente gráfica de que deshacerse del régimen masista y elegir nuevas autoridades no fue ni de lejos suficiente para eliminar la corrupción. Fue un simple cambio de actores, y una continuación de las mismas prácticas perversas.

Que nos queda como sociedad? El candidato que se caracterizaba por ser ético, por tener principios y por mantener una línea de corrección, por lo que incluso fue tildado de debilucho y proclive a la renuncia (digna, pero renuncia al fin), ha comenzado a utilizar exactamente las mismas prácticas. La última esperanza de reforma, de recuperación de la decencia, de la conducta moral y ética ha sucumbido a la torpeza de la lucha política. Habla el mismo lenguaje y también es indiferente a las consecuencias.

Los apetitos y angurrias de los políticos no dan espacio a que la sociedad boliviana consiga alguna oportunidad de sanar. La prensa tiene un rol importantísimo que jugar, pero son muy escasos los comunicadores que conservan una verdadera conciencia de la realidad. La mayoría sucumben a la vorágine del escándalo, la primicia, y la grandilocuencia, frecuentemente distorsionada por ese imprescindible requisito de la incultura y la poca lectura.

La gente de bien, la ciudadanía que sueña con un gran país, que sepa disfrutar de su riqueza natural, cultural y humana, tiene la manía de no rendirse, y perseguir por todos los medios ese futuro mejor para las próximas generaciones. Ahí está la luz, porque se construye iluminando, no haciendo sombras.

Hector Castro G. * 10 Junio 2020

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