La posverdad o post verdad es una
distorsión de la realidad que se hace de manera deliberada. Se emplea para
señalar aquellos hechos en los que son más influyentes los sentimientos o
creencias personales que los hechos en sí mismos.
Es decir, las mentiras se asumen como si
fuesen verdad porque así se sienten o se asumen como reales porque una gran colectividad
las cree como verdaderas.
Esta técnica
se usa en política desde hace más de 100 años, en los tiempos del
nacional-socialismo de Hitler y su jefe de propaganda Joseph Goebbels, a quien algunos atribuyen la frase “miente, miente, que
algo queda”, aunque hay quienes aseveran que ya fue acuñada 5 siglos atrás.
Lo que hoy analizo es el uso
de esta técnica, y la forma en que ha degradado nuestra forma de hacer política
y “construir” democracia.
Dos elementos son
imprescindibles para conseguir que la post verdad sea aplicable: 1. una
sociedad poco formada o que al menos ignore en la medida suficiente la realidad
del país. 2. No tener escrúpulos y estar dispuesto a sacar provecho de esas
limitaciones de la gente.
Varias fuerzas de izquierda
comenzaron a implantar ideología en Bolivia, mucho antes de la llegada del MAS
al poder. Obviamente participaron los movimientos progresistas de Hispanoamérica,
con financiamiento multinacional, y un proyecto hemisférico muy ambicioso.
A partir de la Presidencia
de Evo Morales, fuimos testigos presenciales de la implantación de conceptos
muy bien trabajados. “La derecha”, los “neoliberales”, el “capitalismo”, el “imperio”,
etc. Ninguno de los cuales era totalmente convincente, se podría debatir mucho su
validez, y demostrar objetivamente que solo son “anclajes” de la propaganda. El
gobierno del MAS fue tan neoliberal y de derecha como los anteriores (aunque
estos términos sean mal utilizados, por unos y por otros).
En el transcurso de esta
época oscura era muy frecuente que usen frases y conceptos rimbombantes pero
huecos: “La nacionalización de los hidrocarburos”, “la revolución democrática y
cultural”, y “el proceso de cambio”, por ejemplo. Está claro que la nacionalización
fue solo discurso. La “revolución” y el “proceso” fueron la fachada para el
montaje del más escandaloso aparato de corrupción, dilapidación de recursos
públicos, y protección al narcotráfico.
Un enorme aparato
propagandístico, recursos ilimitados y la instrumentalización de la justicia
fueron los instrumentos suficientes para someter a toda la nación al destino
soñado por los megalómanos impostores. La crítica situación actual del país, la
pobreza de la gente, del aparato productivo y del estado, son el testimonio
claro de que el verdadero trabajo que hicieron fue el de implantar mentiras y
más mentiras, mientras se embolsillaban ingentes cantidades de dinero de los
bolivianos.
21 días de movilización y 15
más de vigilia, una sucesión constitucional, y el establecimiento de un
gobierno de transición dieron fin con ese régimen, y despertaron en la
ciudadanía una atmósfera de esperanza y optimismo. Era de esperarse que todas
las prácticas corruptas e inmorales queden en el pasado, y sean solo una
desagradable lección en la historia de Bolivia.
A la luz de la realidad
actual, está claro que el MAS continúa usando la post verdad, en áreas
estratégicamente determinadas del país ha implantado el falaz discurso de “golpe
de estado”, ha promovido el irrespeto por las fuerzas del orden, e insiste en
sus patéticos y graciosos argumentos de fascismo y racismo.
Probablemente sea ingenuo creer
que estas prácticas inmorales se circunscriben al área rural y las zonas de
influencia masista. Está demostrado que los políticos de distinta línea han “aprendido”
la misma maña. El componente más importante en su agenda es denostar al
gobierno, no por su candidatura, sinó por que esa candidatura pone en
entredicho sus posibilidades electorales. Para esto usan la post verdad como
práctica diaria y corriente. No les importa si de paso torpedean la lucha
contra la pandemia.
Atribuir la corrupción al
partido de gobierno per-sé, así como al anterior gobierno es simple ceguera, ex
profesa y deliberada. La degeneración moral en el país es una realidad, es la terrible
herencia de los años oscuros del masismo. La cultura de la corrupción es
transversal a los circunstanciales partidos y movimientos políticos. No ver
esta realidad es postergar de manera cruel el afrontarla, y relegar una
prioridad inexcusable para rescatar a Bolivia.
La alcaldía cochabambina es
una demostración dolorosamente gráfica de que deshacerse del régimen masista y
elegir nuevas autoridades no fue ni de lejos suficiente para eliminar la
corrupción. Fue un simple cambio de actores, y una continuación de las mismas prácticas
perversas.
Que nos queda como sociedad?
El candidato que se caracterizaba por ser ético, por tener principios y por
mantener una línea de corrección, por lo que incluso fue tildado de debilucho y
proclive a la renuncia (digna, pero renuncia al fin), ha comenzado a utilizar
exactamente las mismas prácticas. La última esperanza de reforma, de
recuperación de la decencia, de la conducta moral y ética ha sucumbido a la
torpeza de la lucha política. Habla el mismo lenguaje y también es indiferente
a las consecuencias.
Los apetitos y angurrias de
los políticos no dan espacio a que la sociedad boliviana consiga alguna
oportunidad de sanar. La prensa tiene un rol importantísimo que jugar, pero son
muy escasos los comunicadores que conservan una verdadera conciencia de la
realidad. La mayoría sucumben a la vorágine del escándalo, la primicia, y la
grandilocuencia, frecuentemente distorsionada por ese imprescindible requisito
de la incultura y la poca lectura.
La gente de bien, la
ciudadanía que sueña con un gran país, que sepa disfrutar de su riqueza
natural, cultural y humana, tiene la manía de no rendirse, y perseguir por
todos los medios ese futuro mejor para las próximas generaciones. Ahí está la
luz, porque se construye iluminando, no haciendo sombras.
Hector Castro G. * 10 Junio
2020
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