La gestión de la Covid-19 en Bolivia se caracteriza principalmente por la excesiva influencia de la politiquería polarizadora del actual gobierno. No creo que haya otro país en el mundo entero en el que los intereses de cualquier grupo social tengan tanta preponderancia en la toma de decisiones.
Ni siquiera podemos considerar que alguna ideología o una agenda política
sea la responsable de encaminar la estrategia de gestión de la pandemia. No
existe tal estrategia. Las decisiones se toman de acuerdo al momento
coyuntural, de acuerdo al volumen del reclamo de la gente (afín al MAS o no), e
invariablemente de acuerdo a la metida de pata o a la último yerro del
ministro, del presidente o del ex dictador (que sufre severo síndrome de
abstinencia).
Cada nueva política, o cada nueva circunstancia, es definida y amplificada
por los activistas, pro y anti, los que intentaron imponer la narrativa del
«virus de la derecha», los del «invento de la Añez», de los que esperaban que
el gobierno transitorio sea de Angela Merkel, Harley Quinn o alguna otra choca
superpoderosa, los fans de los desparasitadores o del agua amarilla para
limpiar piscinas.
Ni hablar de los nuevos expertos en grafeno, en los nanochips de control de
la humanidad, o de los geeks de las teorías de conspiración que otorgan super
poderes a los inútiles «líderes» wanna be» de oposición.
Ante este panorama, como no podía ser de otra manera, tenemos a un «médico»
con más formación y experiencia como político masista que como profesional de
la salud, y el inutilín que basa su ideología en las guitarreadas de la «U»,
aun soñando con «pájaros enjaulados» o «unicornios azules». Nada que se pueda
realmente recriminar, pues su recorrido por la vida fue la de ese clásico
soñador de utopías izquierdistas de la universidad, a asalariado de todos y
cada uno de los gobiernos (completamente opuestos a sus convicciones y
creencias) que le dieron la oportunidad hacer carrera como cualquier brócrata,
hasta convertirse en el «jefe».
De hecho, nunca fue el candidato a presidente por el MAS. Era la opción que
le conseguiría mayor votación en áreas urbanas, solamente. El libreto del
narcopedo tenía la certeza de que el ganador era Mesa, que era muy fácil de
destronar, como a Goni en 2003, solo que más facilito. Él tenía que sufrir el
«bloqueo del oxígeno», pero la circunstancia fue distinta.
Esas cosas extrañas que tiene nuestro país le dieron el triunfo a quien no
tenía la intención o si quiera la idea de ser presidente.
Lógicamente, formó un gabinete escaso en jerarquía, identidad o al menos
algún esbozo de plan de gobierno. Un «líder» sin liderazgo, un político sin
bases, una pintoresca caricatura de caudillo, que rápidamente se convirtió,
ante los ojos de propios y extraños, en el «títere» y su lógica denominación de
«tilín».
Intentó cimentar su gobierno solamente en evitar un exceso de anticuerpos,
al menos en la primera etapa. A estas alturas está claro que el gabinete crea
más anticuerpos que dos dosis de Pfizer, una de Astrazeneca, otra de Moderna y
un kaj de Sputnik.
El resultado, en términos de pandemia, es un caos controlado. En realidad,
son fuegos controlados cada día. Una especie de cuerpo de bomberos que apaga
incendios de acuerdo a su ocurrencia, mientras el mundo envía más y más dosis
de vacunas, sin que encuentren brazos izquierdos (vaya paradoja) dispuestos a
recibirlas.
La variante Omicron está circulando en el país hace casi un mes, lo que es
imposible de negar, pero el ministro recién comienza a aceptar y admitir que no
tiene la mínima idea de la realidad.
Personalmente, tengo dos dosis de Sputinik, con un intervalo entre ellas
definido como «perfecto» por los grandes expertos en demagogia y tratamiento de
estupidez idiosincrática. Hoy estoy contagiado y sufriendo los síntomas que
aparentemente son los característicos de esta variante. Flujo nasal, dolor de
garganta, cansancio, fatiga y dolor muscular. Esito sería, y ojalá nada más.
Nada mal para una vacuna que podría costar entre 25 y 300 dólares, lo que
no está claro por las famosas cláusulas de confidencialidad. Se hacen ricos a
costa de los recursos de Bolivia, que quede claro.
Los síntomas que me preocupan de verdad no son característicos de la
Omicron, ni de otra forma de Covid-19. Son cosas como esa total incertidumbre
del futuro, la permanente demostración de abuso y persecución política, la
implantación de un relato tan falaz y mentiroso que duele, la impresionante
cobardía de quienes decidieron hacer política, y especialmente la enorme
indiferencia e ignorancia de los bolivianos que permite cada día más, sin poder
vislumbrar un límite.
Estoy seguro que los bolivianos tenemos en el alma ese espíritu patriota,
juicioso y moralmente correcto. La diferencia con el otro bando, el de los
inmorales, delincuentes e indecentes es que nosotros no estamos organizados o
alineados en un camino claro y definido. Ellos sí. Tienen los objetivos claros
y bien establecidos. Su único obstáculo son sus propias limitaciones y su lucha
de poder interna. A ver qué ocurre primero. Si se comen entre ellos o nosotros
logramos organizarnos.
Hector Castro G. * 11 Enero 2022
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