lunes, 10 de enero de 2022

OMICRON, AUZA Y LA CARABINA DE AMBROSIO

La gestión de la Covid-19 en Bolivia se caracteriza principalmente por la excesiva influencia de la politiquería polarizadora del actual gobierno. No creo que haya otro país en el mundo entero en el que los intereses de cualquier grupo social tengan tanta preponderancia en la toma de decisiones.

Ni siquiera podemos considerar que alguna ideología o una agenda política sea la responsable de encaminar la estrategia de gestión de la pandemia. No existe tal estrategia. Las decisiones se toman de acuerdo al momento coyuntural, de acuerdo al volumen del reclamo de la gente (afín al MAS o no), e invariablemente de acuerdo a la metida de pata o a la último yerro del ministro, del presidente o del ex dictador (que sufre severo síndrome de abstinencia).

Cada nueva política, o cada nueva circunstancia, es definida y amplificada por los activistas, pro y anti, los que intentaron imponer la narrativa del «virus de la derecha», los del «invento de la Añez», de los que esperaban que el gobierno transitorio sea de Angela Merkel, Harley Quinn o alguna otra choca superpoderosa, los fans de los desparasitadores o del agua amarilla para limpiar piscinas.

Ni hablar de los nuevos expertos en grafeno, en los nanochips de control de la humanidad, o de los geeks de las teorías de conspiración que otorgan super poderes a los inútiles «líderes» wanna be» de oposición.

Ante este panorama, como no podía ser de otra manera, tenemos a un «médico» con más formación y experiencia como político masista que como profesional de la salud, y el inutilín que basa su ideología en las guitarreadas de la «U», aun soñando con «pájaros enjaulados» o «unicornios azules». Nada que se pueda realmente recriminar, pues su recorrido por la vida fue la de ese clásico soñador de utopías izquierdistas de la universidad, a asalariado de todos y cada uno de los gobiernos (completamente opuestos a sus convicciones y creencias) que le dieron la oportunidad hacer carrera como cualquier brócrata, hasta convertirse en el «jefe».

De hecho, nunca fue el candidato a presidente por el MAS. Era la opción que le conseguiría mayor votación en áreas urbanas, solamente. El libreto del narcopedo tenía la certeza de que el ganador era Mesa, que era muy fácil de destronar, como a Goni en 2003, solo que más facilito. Él tenía que sufrir el «bloqueo del oxígeno», pero la circunstancia fue distinta.

Esas cosas extrañas que tiene nuestro país le dieron el triunfo a quien no tenía la intención o si quiera la idea de ser presidente.

Lógicamente, formó un gabinete escaso en jerarquía, identidad o al menos algún esbozo de plan de gobierno. Un «líder» sin liderazgo, un político sin bases, una pintoresca caricatura de caudillo, que rápidamente se convirtió, ante los ojos de propios y extraños, en el «títere» y su lógica denominación de «tilín».

Intentó cimentar su gobierno solamente en evitar un exceso de anticuerpos, al menos en la primera etapa. A estas alturas está claro que el gabinete crea más anticuerpos que dos dosis de Pfizer, una de Astrazeneca, otra de Moderna y un kaj de Sputnik.

El resultado, en términos de pandemia, es un caos controlado. En realidad, son fuegos controlados cada día. Una especie de cuerpo de bomberos que apaga incendios de acuerdo a su ocurrencia, mientras el mundo envía más y más dosis de vacunas, sin que encuentren brazos izquierdos (vaya paradoja) dispuestos a recibirlas.

La variante Omicron está circulando en el país hace casi un mes, lo que es imposible de negar, pero el ministro recién comienza a aceptar y admitir que no tiene la mínima idea de la realidad.

Personalmente, tengo dos dosis de Sputinik, con un intervalo entre ellas definido como «perfecto» por los grandes expertos en demagogia y tratamiento de estupidez idiosincrática. Hoy estoy contagiado y sufriendo los síntomas que aparentemente son los característicos de esta variante. Flujo nasal, dolor de garganta, cansancio, fatiga y dolor muscular. Esito sería, y ojalá nada más.

Nada mal para una vacuna que podría costar entre 25 y 300 dólares, lo que no está claro por las famosas cláusulas de confidencialidad. Se hacen ricos a costa de los recursos de Bolivia, que quede claro.

Los síntomas que me preocupan de verdad no son característicos de la Omicron, ni de otra forma de Covid-19. Son cosas como esa total incertidumbre del futuro, la permanente demostración de abuso y persecución política, la implantación de un relato tan falaz y mentiroso que duele, la impresionante cobardía de quienes decidieron hacer política, y especialmente la enorme indiferencia e ignorancia de los bolivianos que permite cada día más, sin poder vislumbrar un límite.

Estoy seguro que los bolivianos tenemos en el alma ese espíritu patriota, juicioso y moralmente correcto. La diferencia con el otro bando, el de los inmorales, delincuentes e indecentes es que nosotros no estamos organizados o alineados en un camino claro y definido. Ellos sí. Tienen los objetivos claros y bien establecidos. Su único obstáculo son sus propias limitaciones y su lucha de poder interna. A ver qué ocurre primero. Si se comen entre ellos o nosotros logramos organizarnos.

 

Hector Castro G. * 11 Enero 2022

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