Septiembre despierta emociones en el corazón, en la mente y hasta chauvinismos originados en algún otro rincón de la anatomía, especialmente en los cochabambinos y cruceños. Tan cíclica como la llegada de la primavera, se repiten las observaciones y críticas a la gestión de las entidades autónomas, gobernaciones y alcaldías, respecto a las grandes obras de cemento, de impermeabilizar la tierra, eliminar naturaleza y de tantas formas de malentender el desarrollo.
Sin duda,
cada metro cuadrado de «desarrollo» y cada corte de cinta en septiembre
contribuyen en alguna medida al cambio climático, al calentamiento global, y
tienen consecuencias en la calidad de vida de humanos y medio ambiente.
Los que
toman decisiones, los tienen el poder de definir el destino de los recursos
públicos, sin duda conocen al menos en parte, las consecuencias de sus obras.
Solamente toman en cuenta una de ellas: el impacto político, la oportunidad de
la foto, y la «chajchudita» de popularidad durante las dos horas de borrachera
en la inauguración de su ocurrencia.
Nunca toman
en cuenta el daño profundo y de largo plazo. Casi siempre invisible o, mejor
dicho, no evidente. Tumbar un arbolito es solo uno, que se suma al otro, y al
otro y al siguiente, hasta que (como dicen en Santa Cruz) cuando acordás, son
miles de árboles talados. Lo mismo ocurre con ese metrito cuadrado de cemento,
que suma a esa enorme costra impermeable que elimina el curso natural del agua
en tu acera, en tu calle, en tu barrio, en tu ciudad y en tu planeta.
¿No lo
saben? Por supuesto que sí. ¿Les importa? Obvio que no. El verdadero problema
no está en el cemento o la motosierra. Está en esta priorización de un
desarrollo muy mal entendido.
Si solo la
mitad de los recursos sería invertida en educación, y no me refiero a construir
escuelitas, sino a cultivar el conocimiento de toda la población, desde niños,
y especialmente a los ciudadanos que son los protagonistas del día a día, las
autoridades tendrían la obligación de pensar más en el verdadero desarrollo y
menos en su propio protagonismo.
El país
necesita ingenieros y técnicos, sin duda. Pero la demanda más importante hoy
por hoy, por la deuda histórica, se requieren más profesionales que se ocupen
de educar, de rescatar historia y conocimiento, de entender mentalidades y
demandas de todos los grupos humanos que tiene nuestra sociedad. Se necesita
con urgencia trabajar más en la gente, en las mentes y en las capacidades del
pueblo, así demagógico como suena.
Los zurdos
hablan de «liberación», la derecha tiende a una mentalidad «libertaria», y
nuestro particular rebaño, los bolivianos, repetimos con la mano en corazón «morir
antes que esclavos vivir».
La libertad
es talvez el único anhelo que compartimos todos. La única forma de conseguirla
se origina en nosotros. La libertad nace de la mente y de la convicción de cada
uno. Así la ejercemos cada día, en la medida en que es posible. Y solamente
será posible en la medida en que la mente de cada boliviano tenga la capacidad
de definir su propio destino, de tomar sus propias decisiones, y de elegir su
propio camino.
La educación
para la libertad es la única que nos salvará de seguir este perverso camino de
polarización. Sin libertad seguiremos siendo las mismas ovejas, blanquitas,
manchadas, negras, y hasta de cara pintada, pero ovejas al fin.
El primer
paso es abrir los ojos, el siguiente es tomar la decisión de hacer algo, y el
paso definitivo es constituirse uno mismo en agente de cambio. Seguro que
puedes ayudar a alguien en tu propio entorno.
Tengo la
certeza de que este camino, ingenuo y soñador, es muchísimo más importante y
constructivo que esperar que algún narco, algún corrupto, o algún pusilánime
pseudopolítico sea iluminado y detenga esta bola de nieve que nos aplasta cada
día más.
Los
bolivianos necesitamos unidad, pero... ¿en torno a alguien? ¿Quién? ¿Existe?
Mejor nos unimos en torno a lo que todos queremos «Libertad», después veremos
quien merece conducirnos.
Hector
Castro G. * 07 septiembre 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario