Mi Bolivia amada ha sido siempre un país postergado, subdesarrollado, pobre y dependiente. Esta afirmación viene de más de 50 años que tengo viviendo la realidad boliviana. Desde que tengo uso de razón estamos en “crisis”, lo que no puede ser absolutamente cierto, pues una crisis, por definición, es pasajera.
La producción boliviana que se destaca por estar siempre
presente es la producción de falsas narrativas. Por supuesto, la materia prima
imprescindible para esto es la ignorancia. Y la sostenibilidad de esta
ignorancia es ignorar que existe esta ignorancia.
Es necesario
identificar con claridad el origen y la localización de la ignorancia, para
evitar el frecuente error de asumir que la ignorancia se encuentra en las
clases menos privilegiadas, sin acceso a la educación y con pocas posibilidades
de superarse.
La ignorancia está en todas las clases sociales, en todos los
estratos económicos, en todas las identidades étnicas, en todas las regiones, a
cualquier altura sobre el nivel del mar, en todas las redes sociales, en todas
las pandillas, los clubes de madres, las fraternidades, las juntas vecinales, y
los clubes sociales. Está en cualquier rincón, en cualquier tarima, y en
cualquier altillo que se encuentre en el país.
Todos los días hay alguien que hace referencia al famoso 55 %
que recibió la candidatura de Arce. Todos los días alguien recuerda que el
narco-pedo tuvo 54 % de apoyo en 2005. Muy pocos hacen el intento de explicar
este fenómeno. La mayoría se conforma con la idea de que la democracia pactada,
la que le dicen “partidocracia”, fue tan perversa y dañina que dio lugar a que
un analfabeto, narcotraficante y pederasta sea una mejor opción. Esa es la
prueba más clara de que la ignorancia está en todas partes.
Una de las consecuencias, diminuta pero ilustrativa, de lo
que ha sucedido en Bolivia es noticia esta semana. Un debate de higiene, mal
gusto, ignorancia, intolerancia, sudor y mala apariencia, buenas o malas
costumbres, indefinición moral, valores confundidos, etc.
No hablo de Matamba y su mal gusto, de Brasargent y su poco
tacto, o del viceministro Silva y su mala leche. Hablo de las postulaciones a
la Defensoría del Pueblo. Los candidatos comparten con Matamba el mal gusto.
Ninguno tiene la estatura moral, indispensable para este cargo, o el testimonio
de vida que solvente la posibilidad de llevar adelante una gestión de defensa
de los derechos de los ciudadanos frente al estado, circunstancialmente
perverso y manejado por mafias corruptas.
Son muy pocas las instituciones que necesitan de la solvencia
moral como característica fundamental, y la principal es la Defensoría del
Pueblo, el Ombudsman. Su esencia es garantizar que los derechos de los
ciudadanos sean respetados por el poder político. Por eso es indispensable su
independencia, su idoneidad, su respetabilidad y su autoridad moral.
No puede ser tuerto, no puede ser afín a un partido, no puede
ser sumiso a una ideología, no puede ser señalado o siquiera sospechado de
algún antecedente delictivo. Los pre candidatos conocidos contravienen a estos principios
elementales.
Nuestra sociedad sufre terriblemente del “delito” de
ignorancia. Haríamos muy bien si podemos entender que si algo debemos conservar
es la autoridad de nuestras instituciones. Más allá de ideologías o libretos
políticos, el país que heredemos a nuestros hijos será el resultado de la
estructura, del esqueleto que podamos construir. Esto va mucho más allá de
Morales o Camacho, de Arce o Mesa. La institucionalidad es el alma de la
nación, y no puede construirse en base a miserias ni a indigencia moral.
No es que se vean los hombros, no es que las axilas estén
traspiradas, no es solamente una cuestión de higiene, es que el momento de construir
institucionalidad se necesita pensar en grande, pensar en serio.
Todos somos iguales ante la ley, como reza la Constitución,
pero se refiere a derechos y a deberes, no a capacidades ni a solvencia. Esas
son cosas que cada uno construye a lo largo de su vida, y en eso todos somos
diferentes.
Hector Castro G. * 12 Marzo 2022
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